
OAQUÍN SOROLLA
intor       español, nacido en Valencia el 28 de febrero de 1863 y       fallecido en Cercedilla (Madrid) el 10 de agosto de 1923, que está       considerado uno de los máximos representantes del       Impresionismo español, del que hizo una interpretación muy       personal basada en el protagonismo de la luz y el movimiento       de las figuras representadas.
   
    Perfil biográfico
   
    Hijo de Joaquín y María Concepción, que murieron durante la       epidemia de cólera que asoló Valencia en el año 1865, cuando       contaba dos años de edad. Al quedar huérfanos, él y su       hermana Concha -nacida un año después que él- fueron       recogidos por su tíos, Isabel Bastida y José Piqueras,       herrero de profesión. A pesar de su condición humilde, se       preocuparon por la educación del niño, que desde muy pronto       mostró sus grandes dotes pictóricas, así que sus tíos lo       matricularon en las clases nocturnas de la Escuela de       Artesanos de Valencia, bajo la tutela del escultor Cayetano       Capuz.
   
    Hasta 1881 estudió en la Escuela de Bellas Artes,       dependiente de la valenciana Real Academia de Bellas Artes       de San Carlos, donde tuvo como maestros a Salustiano Asenjo       y al paisajista Gonzalo Salvá. Posteriormente, viajó a       Madrid, ciudad en la que tuvo oportunidad de descubrir a los       grandes maestros del Prado, como Velázquez, Ribera y Ribalta,       los cuales constituirían influencias decisivas en su       carrera.
   
    Ya de vuelta en Valencia le llegó su primer éxito       profesional, gracias a la obra El dos de mayo, un cuadro de       tema histórico sobre la Guerra de la Independencia española,       que le mereció la segunda medalla en la Exposición Nacional       de Bellas Artes en Madrid y una de las pensiones de estudio       en Roma que concedía la Diputación Provincial de Valencia.       Así las cosas, en enero de 1885 partió para Italia, donde       permaneció los tres años siguientes, tiempo durante el cual       se relacionó con José Villegas, Emilio Sala, José Benlliure       y otros artistas españoles que trabajaban en la ciudad, y       conoció a Pedro Gil, un amigo fiel para el resto de su vida.       Durante la primavera y el verano de ese mismo año se       trasladó a París, el centro de novedades artísticas por       excelencia de ese período y se dedicó a plasmar en sus       cuadros el ambiente parisino. Los siguientes años       transcurrieron entre viajes por Italia y, en 1888, regresó a       España para casarse el 8 de septiembre en Valencia con       Clotilde García del Castillo, cuyo retrato hizo en multitud       de ocasiones.
   
    A finales de 1889 fijó su residencia en Madrid, ciudad que       le ofrecía mejores expectativas profesionales que Valencia,       y desde la que inició un ascendente carrera profesional,       plena de éxitos nacionales e internacionales.
   
    Los nacimientos de sus hijos María Clotilde y Joaquín, en       1890 y 1892, respectivamente, y la participación en       numerosas exposiciones internacionales, en las cuales       consiguió gran número de galardones, marcaron ese período de       los últimos años del siglo XIX. En 1894 pintó una de sus       obras más populares ¡Y luego dicen que el pescado es caro! y       al año siguiente exhibió La vuelta de la pesca en el Salón       de la Société des Artistes Françaises de París. La obra       representa una visión serena y monumental del trabajo       relacionado con el mar, y obtuvo una segunda medalla. El       artista la consideró una de sus mejores pinturas, e inauguró       un género de enorme trascendencia en su producción, el de       las composiciones con marinos y barcas, en las que la luz y       el movimiento se convierten en protagonistas del cuadro. En       ese mismo año de 1895, nació su tercera hija, Elena.
   
    Durante los siguientes años consolidó su fama internacional.       En 1899 conoció al pintor Aureliano de Beruete, el cual se       convirtió en su principal mentor dentro y fuera de España,       además de ponerle en contacto con el círculo intelectual de       la Institución Libre de Enseñanza. Ese mismo año fue       nombrado Caballero de la Gran Cruz de Isabel la Católica.
   
    Después de conocer a varios pintores escandinavos y       finlandeses vinculados al naturalismo, abandonó los temas       sociales y comenzó a pintar escenas al aire libre, sobre       todo de mujeres y niños en la playa, obras en las que supo       plasmar como nadie la luminosa atmósfera mediterránea.
   
    En los primeros años del siglo XX su actividad pictórica le       llevó por toda España y por Europa, donde recibió numerosos       premios y participó con éxito en las exposiciones nacionales       e internacionales. En 1909 dio el salto a América con un       impresionante éxito de público y crítica. Durante la       individual que hizo en la Hispanic Society of America de       Nueva York, más de ciento sesenta mil visitantes pudieron       contemplar trescientos cincuenta cuadros de Joaquín Sorolla       a lo largo de los meses de febrero y marzo. En años       sucesivos expuso sus cuadros bajo el patrocinio de esta       misma institución en diversas ciudades estadounidenses. Y el       26 de noviembre de 1911 firmó un contrato con el hispanista       Archer Milton Huntington, uno de sus grandes promotores,       para realizar una serie de paneles decorativos (de unos tres       metros y medio de altura) con el objetivo de decorar las       paredes de la Biblioteca de la Hispanic Society of America,       de Nueva York. La realización de estos paneles, conocidos       como Visión de España, se alargó hasta 1919, y constituyeron       el encargo más importante de su vida. El pintor viajó       durante esos años por toda España, tomando apuntes y       buscando información para realizar el encargo y poder       plasmar de forma fehaciente la realidad del país.
   
    Entre 1910 y 1912 se construyó su casa en Madrid, hoy Museo       Sorolla, en el número 37 del paseo del General Martínez       Campos. En 1920, mientras se encontraba pintando en el       jardín de esta casa, sufrió un ataque de apoplejía que le       impidió continuar con su pintura. Falleció en Cercedilla       (Madrid) el 10 de agosto de 1923.
   
    Obra
   
    En la obra de Sorolla llama poderosamente la atención el       brillante tratamiento de la luz y, en concreto, de la luz       solar en todas sus gamas, además de la maestría del artista       para conseguir que esa luz ilumine al espectador.
   
    Antes de su consagración definitiva en los últimos años del       siglo XIX, Sorolla había explorado todos los ?ismos? que       estaban vigentes en la época: impresionismo, fauvismo,       puntillismo, etc., de todos los cuales extrajo valores que       incorporó en su pintura, aunque nunca dejó de lado el poso       realista aprendido de los maestros Ribera, Velázquez y Goya,       durante las largas horas pasadas en el Museo del Prado. De       esta época es uno de sus primeros cuadros, ¡Y luego dicen       que el pescado es caro!, un óleo sobre lienzo que se       conserva en la citada pintacoteca, que plasma el realismo       social que tanto gustaba a los críticos de esa época. En ese       cuadro se ponen de manifiesto los peligros de la pesca.       Sorolla representa a un joven pescador, tendido en la       cubierta del barco, con el torso desnudo, mientras otro le       sujeta por las axilas y un tercero le cura la herida con un       paño. En la escena se aprecian pescados en el fondo y       diversos utensilios en primer plano: los toneles de agua       dulce, las cuerdas, el candil, etc. La preocupación por la       crítica social no significa que el pintor olvide los efectos       lumínicos, reflejados en los contrastes entre luz y sombra,       que no son demasiado violentos. Otra de sus preocupaciones       será la expresividad en los rostros de sus personajes, como       se observa en los gestos de los pescadores.
   
    Desde el principio, el pintor sintió la necesidad de plasmar       en sus cuadros la fuerza de los paisajes, de sus gentes, y       dominar esos entornos con la luz solar, de la que se       convirtió en un maestro en su plasmación. Este       deslumbramiento solar tuvo mucho que ver con su tierra y con       los largos períodos en playas y pueblos del Levante. Los       retratos y los paisajes que muestran playas, pescadores,       vendimiadores, niños desnudos que se solazan en la orilla       del mar se convierten en los principales géneros de su       pintura. En estas obras, que rezuman optimismo y       sensualidad, capta a la perfección el instante; ésta fue,       prescisamente una de sus principales características: la       rapidez de ejecución de su pincel. Sorolla, buen conocedor       de los impresionistas, sabía de la necesidad de plasmar       rápidamente esa luz en el lienzo, tan fugaz como un       instante.
   
    Uno de sus cuadros representativos de esta época fue Niños       en la playa (1910), otro óleo sobre lienzo conservado en el       Museo del Prado, y una de las obras cumbres del pintor. Tres       niños aparecen tumbados en la playa, muy cerca de la orilla,       en el lugar donde el agua de las olas se mezcla con la       arena. Aunque la obra muestra el perfecto dominio del pintor       sobre la anatomía infantil, esto no deja de ser una excusa       para realizar un estudio de luz, una luz intensa que resbala       por los cuerpos desnudos de los pequeños. Las sombras para       Sorolla no son de color negro, tal y como dictaba la       tradición; prefiere pensar, como los impresionistas, que       tenían un color especial, razón por la cual emplea el malva,       el blanco y el marrón para conseguir estos tonos.
   
    Por último, en la colección Visión de España el pintor       valenciano desarrolla plenamente el iluminismo. Con estos       paneles pretendía fijar, de una forma realista, sin       utilización de símbolos, la psicología de cada región,       representar a España desde lo más pintoresco de cada rincón.
   
    El Museo Sorolla
   
    El Museo Sorolla alberga más de cinco mil obras, el grueso       de las cuales son los dibujos, unos 4.530, aunque también       son numerosos los óleos que, en número de 1.156, incluyen       apuntes y bocetos. También se pueden contemplar veintinueve       aguas y once acuarelas. Además de este generoso fondo,       también se conservan obras en distintos museos y colecciones       particulares de Nueva York.
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Publicado por Vredondof para LA PINTURA el 11/13/2007 10:11:00 AM
 
 
 
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