Arthur Schopenhauer
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Arthur Schopenhauer [ 'ʔatʰu:ɐ 'ʃo:pnhaʊɐ] (Sztutowo, Gdańsk, 22 de febrero de 1788 — Fráncfort del Meno, Alemania, 21 de septiembre de 1860) fue un filósofo alemán. Su filosofía, concebida esencialmente como una reacción ante los desarrollos metafísicos post-kantianos de sus contemporáneos, se siente deudora de Kant y Spinoza así como puente con la filosofía oriental; en especial con budismo e hinduísmo. Su obra más famosa, Die Welt als Wille und Vorstellung (" El mundo como voluntad y representación"), es una de las cumbres del idealismo occidental, cuya estética pesimista perdura en la obra de Cioran.
Denn da der ganze Mensch nur die Erscheinung seines Willens ist; so kann nichts verkehrter sein, als, von der Reflexion ausgehend, etwas Anderes sein zu wollen, als man ist <...> [Puesto que el hombre en su totalidad es sólo el fenómeno de su voluntad, nada puede resultar más absurdo que, partiendo de la reflexión, querer ser algo distinto de lo que se es <...>] |
Die Welt als Wille und Vorstellung, I. iv, § 55 |
Biografía
Arthur Schopenhauer nació el 22 de febrero de 1788 en el seno de una acomodada famila de Danzig. El padre de Arthur, Heinrich Floris Schopenhauer, fue un próspero comerciante que inició a su hijo en el mundo de los negocios haciéndole emprender largos viajes por Francia e Inglaterra. Su madre, Johanna Henriette Trosenier, fue una escritora que alcanzó cierta notoriedad al organizar soirées literarias en la ciudad de Weimar. Tales reuniones le brindaron al joven Arthur la oportunidad de entrar en contacto con grandes personalidades del mundo cultural de su tiempo como Goethe y Wieland. Por lo demás, el carácter extravertido y jovial de Johanna contrastaba con la hosquedad y misantropía de su hijo. De ahí que la relación entre ambos fuera bastante conflictiva. Este rasgo de la personalidad de Schopenhauer condicionó también el trato con su única hermana, Adele, nueve años menor que él.
En 1793, poco antes de que Danzig fuera anexionada a Prusia, la familia se trasladó a Hamburgo. Por expreso mandato paterno y a contramano de su propia vocación, Schopenhauer inició en 1805 la carrera de comercio en calidad de aprendiz. Ese mismo año murió su padre —presumiblemente por suicidio. Sin embargo siempre llevó una buena relación con él, estima que aparece en sus escritos al agradecer que su independencia económica heredada de su progenitor le hubiera permitido llevar a cabo su verdadera vocación.— y el resto de la familia se trasladó a Weimar. Es allí donde su madre decidió iniciar las ya mencionadas tertulias literarias. Arthur, sin embargo, permaneció en Hamburgo con el fin de ejercer la profesión de comerciante.
No obstante, poco antes de cumplir los veinte años de edad, Schopenhauer decidió abandonar definitivamente el comercio para emprender estudios universitarios. De este modo, en 1809, se matriculó como estudiante de Medicina en la Universidad de Gotinga, donde asistió a varios cursos. Allí conoció a Gottlob Schulze, un profesor de filosofía que le aconsejó emprender el estudio pormenorizado de Platón y Kant, para que luego lo complementara con la lectura de las obras de Aristóteles y Spinoza.
La lectura de estos autores despertó en Schopenhauer su vocación filosófica y en 1811 se trasladó a Berlín, donde estudió durante dos años, para seguir los cursos de Fichte y Schleiermacher . Sin embargo, ambos filósofos —muy en boga por aquel entonces— sólo consiguieron decepcionarlo. Esto motivó en Schopenhauer un esporádico alejamiento de la filosofía y un súbito interés por la filología clásica. Asistió también a un buen número de cursos de ciencias naturales.
Ante la inminencia de los combates en contra de la ocupación napoleónica, Schopenhauer abandonó Berlín y, tras una breve estancia junto a su familia en Weimar, decidió retirarse a Rudolstadt. Allí terminó de redactar su tesis titulada Über die vierfache Wurzel des Satzes vom zureichenden Grunde ( La cuádruple raíz del principio de razón suficiente), escrito este que fue publicado en 1813 y que le valió el título de Doctor por la Universidad de Jena . Según una anécdota popular, pero de dudosa veracidad, su examen de doctorado estuvo marcado por su confrontación con Hegel, quien encabezaba el tribunal.
Poco tiempo después regresó a la casa materna en Weimar, donde tuvo la ocasión de vincularse con Goethe y de conocer al orientalista Friedrich Majer, quien lo introdujo en la antigua filosofía hindú.
De la fusión de las doctrinas brahmánicas y búdicas con las enseñanzas de Platón y Kant, había de surgir el núcleo del propio sistema schopenhaueriano, sistema éste que quedó definitivamente plasmado en su Hauptwerk intitulada Die Welt als Wille und Vorstellung ( "El mundo como voluntad y representación"). Schopenhauer escribió su obra capital durante los cuatro años que residió en Dresde y, aunque la primera edición apareció un año más tarde, la redacción del manuscrito concluyó en 1818.
A pesar de las grandes expectativas que Schopenhauer había cifrado respecto de su obra, ésta resultó un rotundo fracaso. Tanto fue así que, nueve años después de su aparición, todavía quedaban en los depósitos de la editorial Brockhaus ciento cincuenta ejemplares de una tirada de ochocientos, muchos de los cuales, a su vez, habían sido reciclados en lugar de venderse.
Entre los años 1818 y 1819, Schopenhauer viajó por Italia y visitó las ciudades de Florencia, Roma, Nápoles y Venecia.
En el verano de 1819, a raíz de una crisis financiera sin mayores consecuencias, se vio obligado a retornar a Alemania. Una vez allí, decidió entrar en la docencia. Fue admitido como profesor en la Universidad de Berlín, donde comenzó a dictar clases en marzo de 1820 como Privatdozent.
Con la expresa intención de competir con Hegel, que a la sazón era a todo efecto el filósofo oficial de la nación y gozaba de una inmensa popularidad, Schopenhauer hizo coincidir el horario de sus cursos con los de aquél, aunque sin éxito alguno. Su fugaz paso por los claustros duró sólo seis meses.
Schopenhauer emprendió, en 1822, un nuevo viaje a Italia. Más tarde, en 1825, regresó a Berlín, donde intentó infructuosamente regresar a la docencia.
En 1831, huyendo de una epidemia de cólera —que ese mismo año había de cobrarse la vida de Hegel—, Schopenhauer se radicó en Francfurt, donde llevó una vida apacible y recluida durante los últimos 28 años de su vida.
En 1844 vio la luz la segunda edición de su obra capital, considerablemente aumentada con cincuenta nuevos capítulos. Más tarde, en 1851, apareció una colección de ensayos y aforismos publicada bajo el nombre de Parerga und Paralipomena (Parerga y paralipómena). Esta obra le permitió a Schopenhauer alcanzar finalmente la repercusión y el renombre que por tanto tiempo le habían sido negados. La tercera y última edición de El mundo como voluntad y representación tuvo lugar en 1859.
Schopenhauer murió como consecuencia de un paro cardiorespiratorio el 21 de septiembre de 1860. [1]
Pensamiento
Schopenhauer, poco dado en principio a las licencias especulativas del idealismo objetivo, tomó como base de su propio sistema el criticismo de Kant. Sin embargo, mientras el Kant de la primera crítica negaba radicalmente la posibilidad de conocer el noúmeno o cosa en sí (Ding an sich), Schopenhauer sostuvo que mediante la introspección era posible acceder al conocimiento esencial del yo. Identificó a éste con un principio metafísico al que denominó "voluntad" o "voluntad de vivir" ( Wille zum Leben); de manera no completamente diferente a la de su detestado Hegel, sostuvo que la misma sustancia animaba realmente a la aparente pluralidad de las criaturas. Por otra parte, redujo los doce conceptos puros a priori del entendimiento (categorías) del sistema kantiano a uno sólo: el principio de razón suficiente o de causalidad.
El concepto de voluntad, en el estricto sentido schopenhaueriano, no alude a la mera facultad psíquica de querer sino que, antes bien, se refiere a un fundamento de carácter metafísico cuyo correlato sensible es el mundo fenoménico. En efecto: el mundo de los fenómenos —que a diferencia de la Voluntad está sujeto indefectiblemente a las coordenadas espacio-temporales determinadas por el principio de individuación (principium individuationis) y a la ley de causalidad—, no es más que la Voluntad misma objetivada que, en cuanto tal, debe ser entendida en términos de lo que Schopenhauer llama "representación" (Vorstellung).
Según Schopenhauer, la voluntad —en su modo de ser objetivado— se manifiesta en todos los estratos del mundo natural, desde la simple piedra hasta el hombre, en quien alcanza su grado máximo al adquirir la forma del deseo constante —en cuyo único caso pasa a identificarse con la noción corriente de voluntad—. En sí misma, sin embargo, la Voluntad no es otra cosa que "un ciego afán (Drang), un impulso (Trieb) carente por completo de fundamento y motivos" (El mundo como voluntad y representación , II. ii, 28). En otras palabras:
Bajo tales aspectos, entonces, resulta evidente que yo, con razón, haya puesto a la Voluntad de vivir como lo ulteriormente inexplicable, o más bien, como fundamento y base de toda explicación y que ésta —muy lejos de ser un palabrerío vacío como 'lo absoluto', 'lo infinito', 'la idea' y demás expresiones similares— sea lo más real (das Allerrealste) que conocemos; más aún: el núcleo de la realidad misma (der Kern der Realität selbst). (Ibid.)
Ahora bien, en la medida en que la voluntad se expresa en la vida anímica del hombre bajo la forma de un continuo deseo siempre insatisfecho, Schopenhauer concluye que "toda vida es esencialmente sufrimiento (Leiden)" (Op. cit., I. iv, § 56). Y aun cuando el hombre, tras múltiples esfuerzos, consigue mitigar o escapar momentáneamente del sufrimiento, termina por caer, de manera inexorable, en el insoportable vacío del aburrimiento. De ahí que la existencia humana sea un constante pendular entre la Escila del dolor (Schmerz) y la Caribdis del tedio (Langeweile), periplo éste que la inteligencia sólo puede anular a través de una serie de fases que conducen, progresivamente, a una negación consciente de la Voluntad de vivir.
Es por ello que Schopenhauer propone una huida del mundo. Con todo, no aprueba el suicidio como camino, ya que el suicida no renuncia a la vida en sí misma, sino a la que le ha tocado vivir en condiciones desfavorables. Por lo tanto, el filósofo reconocerá como válidas sólo tres alternativas, que jerarquiza según el grado de aniquilación de la Voluntad implicado en cada una de ellas:
- la contemplación de la obra de arte como acto desinteresado, fundamento de su estética;
- la práctica de la compasión, piedra angular de su ética;
- la autonegación del yo (asimilable a una suerte de nirvana) mediante una vida ascética.
Por lo demás, Schopenhauer fue el primer gran filósofo occidental que puso en contacto los pensamientos de su época con los de Oriente y uno de los primeros en manifestarse abiertamente ateo (Bryan Magee: The Philosophy of Schopenhauer. New York, Oxford University Press, 1997 (2nd.), p. 287).
La originalidad y el carácter anticipativo del pensamiento schopenhaueriano dejó su fuerte e insoslayable impronta en autores de la talla de Friedrich Nietzsche, Sigmund Freud , Thomas Mann, Ludwig Wittgenstein, Eduard von Hartmann, Hans Vaihinger, Marcel Proust, Henri Bergson y É. M. Cioran, entre otros.
El concepto de impulso (Trieb) sin objeto, presumiblemente a través de la obra de Nietzsche, constituyó la base de la doctrina psicoanalítica de Sigmund Freud, otro pesimista.
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SHOPENHAUER O LA FELICIDAD ORIENTAL
(1788 – 1860)
"Todas las limitaciones contribuyen a la felicidad."
En el año 1851, después de haber sido rechazado por tres editores, se publicaba en Berlín el libro de Schopenhauer Parerga y Paralipómena, una extensa recopilación de aforismos y artículos sobre los más diversos temas, pero con una clara preocupación de fondo por la raíz del bienestar humano. Schopenhauer tenía entonces sesenta y tres años y aunque había tenido la suerte de heredar una gran fortuna, que le permitió dedicarse intensamente a la creación filosófica, no había experimentado la fama literaria hasta aquel momento.
Arthur Schopenhauer nació en Danzig el 22 de febrero de 1788. su padre era un próspero comerciante que le proporcionó una esmerada educación y la posibilidad de viajar desde muy joven. Al morir éste, en 1803, Schopenhauer abandonó el negocio familiar y empezó a estudiar medicina, disciplina que después de un año sustituyó por la filosofía a causa, como el mismo dijo, de la imposibilidad de resolver los problemas de la vida por medio de remedios naturales. Desde ese momento, su existencia estará marcado por una serie de decepciones: el fracaso universitario, el proceso judicial de su vecina Marquet que supondrá el secuestro judicial de su fortuna durante seis años, una desdichada relación amorosa con una corista, la enfermedad nerviosa que lo inmovilizará en la cama durante largas épocas...
Su tesis Sobre la cuádruple raíz del principio de razón suficiente está escrita en plena campaña militar de Napoleón en Rusia. Desde junio hasta noviembre de 1813 vivirá en un hostal en la idílica Rudolstadt, donde redactó la tesis en una absoluta soledad disfrutó de la felicidad de la creación. "Toda mi naturaleza rechazaba el ejército, era feliz de no ver ningún soldado, ni oír tambores aquel turbulento verano, rodeado como estaba de valles y montañas cubiertas de bosque; y me entregaba de manera ininterrumpida, en una honda soledad, a los más remotos problemas e investigaciones, sin que nada pudiera distraerme o dispersarme", escribe en el dietario, citado por Safranski.
Su obra más importante, El mundo como voluntad y representación, se publicó a principios del año 1819. a pesar de que él le atribuía una gran importancia, hasta llegar a asegurar que algunos párrafos le habían sido dictados por el Espíritu Santo, no causó ningún impacto. Un año después se trasladó a Berlín, donde intentó dar clases, sin tener cátedra alguna, a la misma hora en que Hegel dictaba sus lecciones (un claro antecedente de la idea de contraprogramación televisiva). Seis meses después, el eco de sus palabras en un aula vacía le confirmó que o sus ideas no eran lo bastante brillantes y originales (evidentemente, él se inclinó por la primera explicación) para competir con las del padre del espíritu absoluto y la conciencia insatisfecha.
La vida de este adinerado pensador idealista, sin embargo, estuvo repleta de anécdotas como la que se ha reseñado. Su carácter egoísta, vanidoso, molesto, grosero, violento, pesimista, dogmático, tendencioso y avaro lo llevó a sufrir algunos problemas, pero sobre todo a infligir un también considerable dolor a las personas que lo rodeaban. El escritor Herman Rollet lo describe de la siguiente manera: "Era un hombre de estatura media, de buena planta y siempre bien vestido aunque algo anticuado (...) tenía el cabello corto plateado y patillas largas de aire casi militar (...) una expresión irónica y sonriente. Pero, por lo general, mostraba una forma de ser taciturna y al expresarse resultaba casi extravagante, lo cual proporcionaba no poca materia de sátira..." Son conocidas, por ejemplo, sus opiniones vejatorias sobre las mujeres, o los comentarios racistas que acostumbraba hacer verbalmente y por escrito, y también su naturaleza ultraconservadora. Igual que Séneca, por tanto, su sensibilidad teórica respecto al sufrimiento de la humanidad en sus libros de ética no fue acompañada de ningún esfuerzo práctico para intentar reducirlo, sino al contrario.
Como cualquier clase de hombre cultivado, era extremadamente sensible a los ruidos de la vida cotidiana. Él mismo consideraba esta cualidad como un síntoma de inteligencia. El ruido dispersa, según Schopenhauer, y aquel que lo cultiva demuestra así su poca propensión a la concentración y el pensamiento. En el segundo volumen de su obra principal desarrolla una teoría al respecto.
Bertrand Russell, en su historia de la filosofía, hace un retrato ciertamente sorprendente de este autor (y lo digo sobre todo pensando en su carga irónica): "Tenía un perro llamado Atma (el alma del mundo), daba un paseo diario de dos horas, fumaba en una larga pipa, leía el Times de Londres y utilizaba corresponsales para recoger pruebas de su fama. Era antidemocrático y odió la revolución de 1848; creía en el espiritualismo y en la magia; en su estudio tenía un busto de Kant y una estatua de bronce de Buda. Intentó comportarse como Kant, excepto en la cuestión de levantarse temprano."
La opinión de Russell queda confirmada por la noticia que atribuye a Schopenhauer, durante la revolución de 1848 en Frankfurt, el hecho de subir al tejado de su casa y empezar a disparar de forma indiscriminada sobre los manifestantes que reivindicaban unas condiciones de vida mejores. Con posterioridad a este hecho, cuando tuvo que justificarlo, afirmó que no quería que nadie hiciera el trabajo sucio que podía hacer él mismo. En una ocasión le molestó la presencia de una modistilla que hablaba con un amigo ante su puerta, enviándola de empujón escaleras abajo y causándole heridas que le provocaron una incapacidad permanente. Un tribunal lo condenó a pagarle una cantidad de dinero al mes mientras viviera. Veinte años más tarde, el día en que murió dicha mujer, Schopenhauer escribe en su dietario: "obit anus, abit onus" (Muerta la vieja, muerta la carga).
Desde muy joven reparte el día de la siguiente manera: por la mañana escribe tres horas, ya que piensa que es imposible dedicarse a una tarea intelectual más tiempo seguido sin que la obra se resienta, después de las cuales se relaja tocando la flauta; alarga bastante la hora de comer, hay días en que no se levanta de la mesa hasta las cinco: tiene un hambre descomunal, mientras come no habla y sólo charla en el rao del café; por la tarde, alterna la lectura con un largo pase que da siempre independientemente del tiempo; por la noche, va a el teatro, adonde acostumbra llegar tarde, se sale antes de tiempo y demuestra de manera ostentosa sus opiniones con gritos cuando una obra no le gusta –es un buen amante de la ópera italiana, sobre todo de Rossini–; antes de dormir, todavía tiene tiempo para meditar un rato sobre los Upanishads: "Cuando se obtiene felicidad se actúa. Cuando no se obtiene felicidad no se actúa. Sólo si se obtiene felicidad se actúa. Pero es necesario desear conocer la felicidad (...) Deseo conocer la felicidad, venerable", leía de madrugada repasando los capítulos de este texto sagrado de la India.
El siglo XIX es un siglo de reformas sociales, pero también un siglo pesimista. Si es verdad, por tanto, que esta centuria ha producido las bases teóricas de las futuras revueltas populares de carácter democrático y socialista, no es menos cierto que este optimismo esencial del pensamiento de carácter marxista ha tenido que compartir época con "las teorías pesimistas más radicales que jamás hayan sido formuladas", según la opinión de numerosos historiadores. Una buena muestra de ello podemos encontrarla en la literatura: los héroes valerosos del pasado son sustituidos por individuos pusilánimes que evidencian en cada uno de sus actos la vacuidad y la inutilidad de la vida. El propio Stendhal escribe: "si alguien mantiene que es feliz, seguro que está de broma."
En el segundo volumen de su obra principal, Schopenhauer describe su época como un infierno dantesco. Un averno que es provocado por el ilimitado egoísmo de los hombres y su manifiesta maldad: "A la edad de cinco años entran los niños en las fábricas textiles o en cualquier fábrica y, desde ese momento, tendrán que pagar caro el placer de respirar: pasarán al principio diez, luego doce y finalmente catorce horas diarias ejecutando el mismo trabajo mecánico. Pero ése es el destino de millones, y mucho otros millones tienen un destino análogo."
El pensamiento de Schopenhauer sintoniza claramente con esta tendencia triste, reconoce que el dolor es la experiencia más elemental y profunda que espera a cualquier individuo, y predica una actitud ascética y estética, de espaldas a la vida, par superarlo. La felicidad se identifica con el reposo, con la quietud, con la característica marginalidad de aquellos que se alejan del rumor de la avidez. El carácter pulsional de la vida del hombre sitúa el centro de su existencia en el deseo, y esta misma realidad lo condena a vivir encadenado a la noria que mueve la aspiración moderna de felicidad, sin llegar a disfrutar nunca plenamente de esta codiciada recompensa. Bertrand Russell escribe al respecto: "La felicidad para Schopenhauer no existe porque el deseo insatisfecho causa dolor y el deseo satisfecho sólo provoca saciedad."
La estética es la parte de la filosofía que Schopenhauer reivindica para entender el mundo. los conceptos del pensamiento clásico, así como los de la ciencia, siempre según esta concepción, no pueden explicar la existencia. El arte penetra en el meollo de la vida, la verdad o el bien de manera mucho más precisa que los argumentos, las ecuaciones, los sistemas o los lamentos propios de otras tradiciones culturales. Así se explica por qué Schopenhauer se convirtió en la coartada intelectual de muchos artistas. Es evidente su influencia, por ejemplo, sobre Wagner, Thomas Mann, Marcel Proust, Kafka o Samuel Beckett, por citar solamente unos cuantos casos. "La filosofía de Schopenhauer ha sido entendida siempre como una filosofía por excelencia de los artistas", escribe Mann.
En el libro mencionado al principio, Parerga y Paralipómena, se incluye una colección de aforismos sobre el arte de vivir, de los que hemos seleccionado aquí una pequeña muestra, que contribuyó mucho más que su obra principal a la tardía popularidad de Schopenhauer. El carácter intencionadamente autobiográfico de estas reflexiones y su optimismo lo alejan de la filosofía sistemática y desesperanzada que había cultivado durante toda su vida.
El deseo que Schopenhauer analiza es indinito. La vida del hombre se encuentra atrapada dentro del círculo infernal de unas ganas que no tienen ningún objetivo definido si no es la perpetuación de su movimiento circular. Nada saciará por completo ese apetito. La única vía de liberación posible es romper la rueda del delirio apaciguando nuestros deseos, la misma solución de los estoicos y de los budistas –no en vano Schopenhauer fue un buen conocedor de la filosofía oriental–. Escribe en su diario: "Cuando tenía diecisiete años y no tenía ningún tipo de instrucción superior, me cautivó la desolación de la vida tal y como le había pasado a Buda en su juventud al contemplar la enfermedad, la vejez, el dolor y la muerte." "Quien se interesa por la vida", escribe Mann en una de sus obras más emblemáticas, "se interesa sobre todo por la muerte", aunque también afirma que "quien se interesa por la muerte, en ella busca la vida".
Su arte de vivir no será tanto un canto a la avidez como una reflexión sobre la renuncia a la existencia, del mismo modo que su ética se construirá antes sobre una serie de estrategias intelectuales o de argucias para sobrevivir un tiempo de indigencia que sobre grandes principios o valores claramente definidos. La invitación clásica a una vida contemplativa que recoge Schopenhauer será, por tanto, una consecuencia lógica de este planteamiento de abandono de la vida, i no, como algunos han querido ver, la provocación de un rentista rico que se burla de los que tiñen que comprar su derecho a respirar con catorce horas de trajo agotador en los telares: "sólo es feliz quien en la vida, no quiere la vida, es decir, no persigue sus bienes. Ya que la carga se vuelve ligera", escribe en su diario.
Su reflexión sobre el arte de sobrevivir empieza con una referencia a Aristóteles: "Aristóteles ha dividido los bienes de la vida humana en tres clases: los externos, los del alma y los del cuerpo." Conservando esta misma división, Schopenhauer afirma que la diferente suerte de los mortales puede reducirse a tres condiciones fundamentales: primera, lo que es; segunda, lo que uno tiene, o tercera, lo que uno representa, es decir, lo que otros piensan de mí. Desde luego, muy sintéticamente, el resto de la obra no consistirá en otra cosa sino en la defensa de lo que uno es sobre sus posesiones o la opinión de la gente, como fuente de bienestar.
Para Schopenhauer, todo lo que nos pasa, todo lo que existe, no pasa no existe inmediatamente, sino en nuestra conciencia. El mundo que vive cada cual dependerá sobre todo de la manera de concebirlo en el cerebro, en un claro antecedente de una de las corrientes de la psicología más practicadas en estos últimos años: el cognitivismo. Ésta es la razón que justifica, según este pensador, que la subjetividad sea más importante para entender la raíz de nuestro verdadero bienestar que lo objetivo, aunque sean factores tan determinantes como el hambre, las enfermedades o la guerra, en un planteamiento típicamente idealista. La condición primera y más esencial para la felicidad es la personalidad, ya que no está sometida a la fortuna, como las otras dos categorías, ni puede senos arrebatada. Así pues, lo más importante para la felicidad de la vida es lo que cada cual tiene en sí mismo.
Ésta es la misma opinión que defiende en el segundo capítulo de su obra a partir de una referencia a la lengua inglesa que no deja de ser divertida. Schopenhauer nos dice que el inglés es el idioma que mejor caracteriza su pensamiento en este punto, ya que en inglés de dice, por ejemplo, to enjoy one's self, que quiere decir disfruta tu mismo, para anunciarnos el valor de un libro, una cita o un viaje, acentuando el valor interno del individuo a la hora de realizar la acción, y no la posible valía de la actividad o del objeto externo por sí mismo.
Los dos enemigos más importantes de cualquier vida son el dolor y el aburrimiento, ya que cuando nos parece que nos alejamos del uno nos acercamos al otro y viceversa. La necesidad y la privación, afirma Schopenhauer, engendran dolor; de la misma manera que el bienestar y la abundancia hacen brotar el tedio. El único remedio contra estos males del alma es la riqueza interior, la riqueza de espíritu. El hombre inteligente aspirará en primer lugar a evitar cualquier malestar y buscará el bienestar en una vida tranquila de ocio y de reposo, aunque este planteamiento conduzca indefectiblemente a la soledad. Un poco más adelante nos recordará aquel apólogo que tanto le gustaba mencionar a Freud: los hombres se parecen a los puercos espines que, como consecuencia del frío de invierno, se juntan hasta clavarse las púas. La soledad ofrece al hombre intelectualmente capaz, añadirá en el comentario final, una doble ventaja: la primera, estar consigo mismo, y la segunda, no estar con los demás. El propio Voltaire había llegado a decir: "La terre est couverte de gens qui ne méritent pas qu'on leur parle." Un hombre rico interiormente sólo pide al mundo exterior un don negativo, a saber: tiempo libre para poder desarrollar y perfeccionar las facultades de su espíritu y poder disfrutar de sus riquezas interiores; reclama, por tanto, únicamente, toda su vida, todos los días y todas las horas, ser él mismo, afirma Schopenhauer. La felicidad está en el ocio, como dijo Aristóteles; Sócrates alabó el ocio como la más de las riquezas. Tiempo para poder cultivar la sabiduría, a que el saber es la parte más importante del gozo que nos presenta Schopenhauer. En otro apartado de este capítulo, y en este mismo sentido, podemos leer, como una muestra más de su talante negativo y guasón, una de las sentencias que más hemos utilizado en defensa de esta ultrajada materia: "Mi filosofía no me ha hecho ganar nada, pero me ha ahorrado muchas cosas."
En el aparatado dedicado al honor sexual, encontramos un claro ejemplo de sexismo que le atribuíamos al empezar: "El sexo femenino lo reclama y espera todo del sexo masculino, todo lo que desea y todo lo que le es necesario; el sexo masculino sólo exige al otro una única cosa. Se ha tenido que arreglar, por tanto, de manera que el sexo masculino no pudiera obtener esta única cosa sin antes cuidarse del todo." El honor, acaba diciendo Schopenhauer, es un código extraño, bárbaro, ridículo, que no tiene nada que ver con la esencia de la naturaleza humana o con una manera sensata de examinar las relaciones entre los hombres. Ni los griegos, ni los romanos, ni los pueblos asiáticos supieron nada, afortunadamente, de esta dolencia.
El libro se acaba con el comentario de cincuenta y tres máximas referentes a nuestra conducta, respecto a los demás y, finalmente, acerca de la fortuna. Entre las primeras, podríamos destacar la que inicia el capítulo por la relevancia que tiene en el pensamiento de Schopenhauer, así, se inscribe claramente en una corriente histórica socarrona y práctica que incluye entre sus representantes más destacados a Aristóteles, que ya nos anticipó que debemos aplicarnos más a evitar el mal que a procurarnos placer. El hombre más feliz es, pues, el que se pasa la vida entera sin demasiados dolores de cabeza, ya sean físicos o morales.
Como nos anticipaba el propio Schopenhauer en la introducción, y como nos recuerda Platón en algunos de sus escritos, los sabios de todos los tiempos han dicho siempre lo mismo, y los memos de todos los tiempos han hecho y dicho también siempre lo mismo, y siempre continuará siendo así. Por ello escribe Voltaire: "Nous laisserons ce monde ci aussi sot et aussi mérchant que nous l'avons trouvé en y arrivant", aunque ahora nos toca decidir a nosotros en qué categoría clasificamos el pensamiento de este viejo chocho. O lo que quizás es aún más importante, a qué bando queremos incorporarnos.
A finales del mes de abril de 1860, Schopenhauer tiene un fuerte ataque de asfixia que, a pesar de ser un aviso inequívoco del final próximo que le espera, no camia ni un ápice su vida cotidiana: continúa paseando, yendo al teatro o bañándose en las frías aguas del río Main. Parece que sólo hay una cosa con suficiente importancia para aturdirlo y, en este sentido, también se podría establecer un evidente paralelismo con Wittgenstein: "Que los gusanos fueran enseguida a roer su cuerpo no era un pensamiento temible para él; pero pensaba con horror en cómo sería destrozado su espíritu a manos de los catedráticos de filosofía."
Pocos días antes de este último momento de clarividencia suprema añadió a mano la siguiente nota a su libro de aforismos: "Ya que nuestro placer más grande consiste en ser admirados, pero los admiradores no se presentan a admirar con facilidad, ni siquiera cuando hay motivos para hacerlo, el más feliz será aquel que, de la manera que sea, consiga admirarse a sí mismo con sinceridad."
UNDÉCIMA LECCIÓN
La vida del hombre se encuentra dentro del círculo infernal de unas ganas que no tienen ningún objetivo definido si no es la perpetuación de su movimiento. La condición primera y más esencial para la felicidad es controlar este afán a fuerza de construir una fuerte personalidad. Así pues, lo más importante para la felicidad de la vida es lo que cada cual tiene en sí mismo. Los dos enemigos más importantes de cualquier persona son el dolor y el aburrimiento, ya que cuando nos parece que nos alejamos del uno, nos acercamos al otro y viceversa. El único remedio contra estos males también es el anteriormente mencionado, la riqueza del espíritu.
La soledad ofrece al hombre intelectualmente capaz una doble ventaja: la primera, estar consigo mismo, y la segunda, no estar con los demás: "La sociedad se puede comparar a una hoguera con al que el hombre prudente se calienta a distancia, pero sin acercarse tanto como el necio que, después de haberse quemado, huye al frío de la soledad y se lamenta de que el fuego queme." La constatación más importante de Schopenhauer es, según la formulación de La Bruyère, que "todos nuestros males se derivan del hecho de no poder estar solos".
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Publicado por VRF para BIOGRAFIAS y HECHOS - HISTORIA el 8/07/2007 06:23:00 PM