A. Schopenhauer (2000) 'Aforismos sobre el arte de saber vivir'
'Los hombres se esfuerzan mil veces más en la adquisición de riquezas que en la de una buena educación espiritual; y eso aun siendo evidente que lo que uno es contribuye mucho más a nuestra felicidad que lo que uno tiene. Por eso vemos a tantos hombres ocupados en sus negocios, trabajando sin descanso de la mañana a la noche, diligentes como hormigas, empeñados en aumentar sin descanso las riquezas que ya poseen. Este tipo de individuo apenas si conoce algo más allá del estrecho horizonte que limita los medios para lograrlas; fuera de éste no sabe nada; su espíritu se halla vacío, es insensible a cualquier otra cosa. Los goces más elevados, los del espíritu, le resultan inaccesibles; buscará sustituirlos por medio de aquellos otros placeres efímeros, sensuales y que cuestan poco tiempo y mucho dinero, pero en vano, pues no lo conseguirá. Al término de su vida obtiene como resultado, si es que la fortuna le ha sonreído en sus empresas, un buen montón de dinero que a esas alturas tiene ya que dejar a sus herederos para que lo aumenten o lo disipen. Un currículum de tal calibre, vivido además con gesto grave e importante, es tan absurdo como el de quien ostentara como símbolo un gorro de cascabeles'.
'Todas nuestras preocupaciones, penas, desvelos, enfados, inquietudes, esfuerzos, etcétera, tienen que ver, quizá en la mayoría de los casos, con la opinión ajena, y son tan absurdos como lo de aquellos condenados....Es evidente que nada contribuiría tanto a nuestra felicidad, la cual consiste básicamente en tranquilidad de ánimo y satisfacción, como la limitación y la rebaja de este resorte a una medida justificable por la razón, que tal vez podría ser de una quincuagésima parte de su valor actual......El único medio de librarnos de esta necedad general sería reconocerla claramente como tal necedad y, con este fin, darnos cuenta de lo falsas, locas, absurdas y erróneas que suelen ser la mayoría de las opiniones que guardan los hombres en sus cabezas, y de lo poco dignas de atención que son en sí mismas......Si lográramos tal conversión de esta locura generalizada, su consecuencia sería un enorme e increíble aumento de la tranquilidad de ánimo y la jovialidad y, de igual forma, adquiriríamos una apariencia más segura y firme, un comportamiento en cualquier caso mucho más desenvuelto y natural. El extraordinario y beneficioso influjo que ejerce en nuestra paz interior una vida retirada reside, en su mayor parte, en que tal modo de vida nos sustrae a la obligación de tener que vivir constantemente bajo la mirada de los demás, esto es, nos libera de preocuparnos por su opinión y, por consiguiente, nos devuelve de nuevo a nosotros mismos...
De este absurdo de nuestra naturaleza aquí descrito nacen tres vástagos principales: ambición, vanidad y orgullo. Entre los dos últimos, la diferencia radica en que el orgullo es la firme convicción que ya poseemos de nuestra valía, en cualquier aspecto; la vanidad, por el contrario, es el deseo de despertar esa misma convicción en los demás, acompañada la mayoría de las veces por la secreta esperanza de que, a consecuencia de ello, llegue también a ser la nuestra. El orgullo, pues, surge de dentro; por consiguiente, es sobrevaloración directa de uno mismo; la vanidad, en cambio, o el afán de adquirirla, viene de fuera, de forma indirecta. Según esto, la vanidad torna a uno locuaz; el orgullo, taciturno.
Orgulloso no es quien quiere; a lo sumo, puede parecerlo quien quiera, pero el que así haga acabará por abandonar pronto su papel, como sucede con cualquier papel prestado. Pues sólo la íntima, vigorosa e inquebrantable convicción de poseer méritos extraordinarios produce el hombre verdaderamente orgulloso. Tal convicción podrá basarse en un error o sustentarse simplemente en méritos exteriores y convencionales; esto no daña el orgullo con tal de que la convicción sea real y seria. Puesto que el orgullo tiene su raíz en la convicción, se hallará, al igual que todo conocimiento, fuera de nuestro arbitrio. A mi parecer su peor enemigo, su mayor obstáculo, es la vanidad, que corteja el aplauso de los demás a fin de fundamentar luego sobre éste la elevada opinión de sí mismo, mientras que la condición indispensable del orgullo es tener dicha opinión bien arraigada desde un principio.
Si bien el orgullo se censura y proscribe, creo, sin embargo, que esta actitud proviene de quienes no tiene nada de qué enorgullecerse. Ante la desvergüenza y la estupidez de la mayoría de los seres humanos, todo aquel que tenga algún mérito hace muy bien en ponerlo de manifiesto y no dejar que caiga del todo en el olvido.
La virtud de la modestia es un gran invento para la canalla, ya que, según aquella, cada uno debe hablar de sí mismo como si perteneciera a esta última, lo cual produce un extraordinario efecto nivelador del que podría deducirse que lo único que existe es la canalla.
Sin embargo la especie más baja de orgullo es la vanidad nacional. En efecto, ésta denota en quien la sufre la carencia de cualidades individuales de las que pudiera sentirse orgulloso, puesto que de ser así no recurriría a aferrarse a otra que tiene que compartir con millones de individuos. Antes bien, quien posee cualidades personales reconocerá con mayor claridad los errores de su propia nación, puesto que constantemente los tiene a la vista. Cualquier tarugo miserable que no tiene nada en el mundo de lo que pueda sentirse orgulloso, se aferra al último recurso: vanagloriarse de la nación a la que casualmente pertenece.
La individualidad sobrepasa con mucho a la nacionalidad, y al tratarse de un hombre concreto es ésta la que debe tenerse en consideración mil veces más que aquella. Francamente nunca podrá ensalzarse honestamente el carácter nacional, pues representa una multitud. Más bien parece que la limitación, el absurdo y la maldad humanas adoptan en cada país una forma particular, denominada "carácter nacional".
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Publicado por VRF para ARTICULOS INTERESANTES el 8/07/2007 05:07:00 PM